Respiración artificial se trata no sólo del único libro memorable publicado durante el período de la dictadura militar (la edición original es de 1980), sino también de una espléndida ficción que se convierte en espejo de la historia, de una novela que, utilizando la estructura de la novela policíaca -para Piglia éste es uno de los géneros fundamentales de la literatura contemporánea-, puede leerse como una indagación sobre los enigmas de épocas convulsas, de personajes oscuros.
El joven escritor Emilio Renzi -que reaparecerá luego en otras obras de Piglia- ha escrito su primer libro, la narración conjetural de una historia que circulaba en su familia en varias versiones. Y es entonces, tras la publicación de aquel relato de equívocas traiciones y castigos, cuando Renzi conoce por fin al protagonista, su tío Marcelo Maggi. A finales de los años setenta, Maggi vive en provincias, en una ciudad fronteriza, dedicado a descifrar las cartas y papeles de Enrique Ossorio, el secretario privado de Juan Manuel de Rosas, un personaje que habría podido ser un héroe, y de quien se sospecha que fue un traidor. De Renzi a Maggi, y de éste a Ossorio: casi sin darnos cuenta hemos retrocedido ciento treinta años y se ha borrado la frontera entre literatura e historia, entre realidad y ficción. Ossorio se suicidó en Chile, en 1850, poco antes de la caída de Rosas, después de un vertiginoso exilio. En sus largas conversaciones, Renzi y Maggi intentan aclarar ese y otros muchos enigmas. Y también encontramos al polaco Tardewski (detrás del cual se esconde, o quizá se muestra, la figura del genial Witold Gombrowicz), quien refiere un encuentro tan posible como inverosímil entre Hitler y Kafka en la Praga de los años veinte; y al paranoico Arocena que, como un lector de novelas policíacas, busca en cada frase la clave que permita descifrar el entero enigma. Y así, a través de exilios y cartas, de libros y de retazos de historia, de vidas desgarradas y relatos inconclusos, se trama una de las novelas más radicalmente originales y atractivas en castellano de las últimas décadas.
Respiración artificial es la irrefutable respuesta a quienes se pregunten por qué, tras la muerte de Borges y Bioy Casares, Piglia se convirtiera en la figura que heredó el cetro de la literatura argentina.
Ricardo Piglia was an Argentine author, critic, and scholar best known for introducing hard-boiled fiction to the Argentine public. Born in Adrogué, Piglia was raised in Mar del Plata. He studied history in 1961-1962 at the National University of La Plata. Ricardo Piglia published his first collection of fiction in 1967, La invasión. He worked in various publishing houses in Buenos Aires and was in charge of the Serie Negra which published well-known authors of crime fiction including Dashiell Hammett, Raymond Chandler, David Goodis and Horace McCoy. A fan of American literature, he was also influenced by F. Scott Fitzgerald and William Faulkner, as well as by European authors Franz Kafka and Robert Musil. Piglia's fiction includes several collections of short stories as well as highly allusive crime novels, among them Respiración artificial (1980, trans. Artificial Respiration), La ciudad ausente (1992, trans. The Absent City), and Blanco nocturno (2010, trans. Nocturnal Target). His criticism has been collected in Criticism and Fiction (1986), Brief Forms (1999) and The Last Reader (2005). Piglia resided for a number of years in the United States. He taught Latin American literature at Harvard as well as Princeton University, where he was Walter S. Carpenter Professor of Language, Literature, and Civilization of Spain from 2001 to 2011. After retirement he returned with his wife to Argentina. In 2013 he was diagnosed with amyotrophic lateral sclerosis; he died of the disease on January 6, 2017, in Buenos Aires, Argentina. During his lifetime Piglia received a number of awards, including the Premio internacional de novela Rómulo Gallegos (2011), Premio Iberoamericano de las Letras (2005), Premio Planeta (1997), and the Casa de las Américas Prize (1967). In 2013 he won Chile's Manuel Rojas Ibero-American Narrative Award, and in 2014 he won the Diamond Konex Award as the best writer of the decade in Argentina. In 2015 Piglia won the Prix Formentor. On January 4, 2018, his memory was honored in New York City at "Modos infinitos de narrar: Homenaje a Ricardo Piglia," an event at which academics discussed the impact of his work on Latin American literature and intellectual history and his legacy as a literary critic and scholar.
Respiración artificial (1980) es un libro en clave. Con otras muchas claves dentro. La historia principal intenta representar el clima de la Argentina de los años 80 y lo logra, porque plantea la forma de un enigma. El protagonista y el lector deben atravesar un laberinto de confusiones y misterios, laberinto creado para ocultar del mundo real un submundo desconocido y cruel, pero tan verdadero como el visible. Lamentablemente, no perdió actualidad. Pasaron treinta y cinco años y seguimos ciegos, tanteando el submundo, atrapados en el laberinto. También es un tributo a Borges, parecen notarse contactos con El jardín de los senderos que se bifurcan, El Muerto o Guayaquil. Contrariamente a otras opiniones, no me pareció ver la relación con Rayuela de Cortázar, donde la búsqueda de los personajes es más bien estética. No es un libro "universal". Las referencias al pasado histórico y político de la Argentina hacen difícil que pueda ser apreciado íntegramente por un lector de otro origen, como me sucedió en paralelo con el "Nocturno" de Bolaño (2000), de innegable inspiración en el libro de Piglia.
El complejo aparato portador de la verdad del escritor, andamio mas o menos resistente sobre el que reposa esa estructura que por años ha sostenido aquello que llamamos ficción, parece desmoronarse justo frente a nuestros ojos en la extraordinaria obra narrativa del escritor argentino Ricardo Piglia, en donde los elementos que la conforman y la manera en como estos elementos varían su posición dentro de la composición arquitectónica, girando a su vez alrededor de núcleos cambiantes, llamémoslos narradores (aunque el término aplicado aquí bien podría ser un tanto engañoso) y que se construye y destruye constantemente (por que a fin de cuentas, y en este nuevo orden, destruir es tan laborioso como construir: un argumento bien formulado no basta, es menester que su peso absoluto sea superior de aquel que pretende anular), como hipótesis que buscan desesperadamente una comprobación que se irá desplazando, tal vez parecidas a las disonancias de una partitura que resuelven tardíamente, y que exigen del lector una mente no solo despierta y atenta sino una casi total anulación de cualquier predisposición o prejuicio, que pueda enlodar las aguas cristalinas que constituyen el nuevo andamio, o estructura (poco importa el término) donde flotan las palabras que conforman las páginas de Respiración Artificial.
Pero partamos del principio: Ricardo Piglia y Emilio Renzi son caras de una misma moneda: uno escribe y el otro narra, o uno planea y el otro ejecuta. La dicotomía, que nos lleva a las antípocas de una concepción singular del arte narrativo, esta justo al centro de su obra: la ficción es cubierta por un halo verídico o la realidad por un velo ficticio. Para ello, Piglia (o Renzi) hace uso de elementos diversos (citas, cartas, anécdotas) cuya aparición anuncia una discontinuidad por intervalos, que a su vez (y de manera más que sorprendente) sirven de puente (su justo opuesto) para hilar ideas, opiniones eruditas sobre literatura, filosofía, historia que suceden siempre en conversaciones contadas, es decir narraciones dentro de la narración, donde el narrador narra a su vez lo narrado por otro narrador. Piglia, en voz de Renzi, comienza con una pregunta capital, justo al inicio: ¿Hay una historia? La pregunta encierra el primer enigma de la novela a la perfección. Si es que la hay, advierte Renzi, esta inicia cuando publica su primer libro y su tío le envía una carta. Con la carta viene una fotografía de ambos (él un bebé de unos meses y el tío cargándolo en brazos) y detrás el texto que sirve de epígrafe a Piglia para este relato: una cita de T.S. Eliot sobre experiencia y significado, dos conceptos cuya dirección ambivalente bien podría definir el espíritu de la novela y sus antípodas. Así lo cuenta nuestro doble narrador. Pero ¿qué relato es ese? La pregunta encierra el segundo enigma y pone de manifiesto la gestación de la obra entera.
Así, con esa historia inicial del tío (de corte faulkneriano), nos dice Renzi, el profesor Marcelo Maggi es el sujeto de la novela. Es decir, la historia de Maggi es lo que narra Piglia en su libro. Pero también fue el sujeto de esa otra novela que escribió Renzi y que tuvo poco éxito.
"En fin, yo había escrito una novela con esa historia, usando el tono de Las palmeras salvajes; mejor: usando los tonos que adquiere Faulkner traducido por Borges con lo cual, sin querer, el relato sonaba a una versión más o menos paródica de Onetti."
La dualidad se mantiene hasta el final de la novela (ahora hablo de esta, que no es aquella). “Jamás habrá un Proust entre los historiadores”, sentencia Maggi al final del primer capítulo, corroborando justamente la idea de que ficción e historia, y aquí la hache bien podría ser mayúscula (pero poco importan esos detalles) no son lo mismo, o tal vez sí, pero de otro modo, como escribió alguna vez el poeta Ruben Bonifáz Nuño.
Maggi se interesa tenazmente en un ancestro de su antiguo suegro, un tal Enrique Ossorio cuya historia (la palabra es recurrente) “aparece fragmentariamente, entreverada en las cartas de Marcelo”. Y aquí nuevamente las capas se vuelven a encimar, así como las voces narrativas. Cuenta Renzi (que es Piglia) que le “escribía el mismo Osorio (me escribía Maggi)”. El acomodo un tanto confuso, representa una cadena de cuatro eslabones Piglia-Renzi-Maggi-Ossorio, en espera de otros dos que eventualmente se le sumarán y que en su conjunto, constituirá una parte del complicado plan formal de la obra.
"Estoy tranquilo. Pienso: he descubierto una incomprensible relación entre la literatura y el futuro, una extraña conexión entre los libros y la realidad."
Los cuestionamientos aparecen a todo lo largo de la novela, en una serie de postulados convincentes (y en muchos casos aplastantes), enunciados con impecable erudición por los personajes, cada uno dando voz a las preocupaciones del quehacer literario de su creador. Entre estos personajes destacan dos (eslabones cinco y seis, respectivamente). El primero es Bartolomé Marconi, con quien tiene una acalorada plática sobre literatura argentina que devela el vasto conocimiento del tema de ambos. En esa conversación, se abren de nuevo dos antípodas, Jorge Luis Borges y Roberto Artl, que llevan a Renzi a exponer su teoría sobre la modernidad en la literatura de su país. Borges mira hacia el siglo XIX y Artl en sentido opuesto, hacia el futuro. El segundo es un polaco llamado Vladimir Tardewski, con quien Maggi juega ajedrez y que conoce en su viaje a Concordia, para encontrarse con su tío (encuentro, por lo demás, que nunca sucede). En un paralelismo que a esas alturas de nuestra lectura ya no nos parece extraño, nos enteramos que Tardewski vio por ultima vez a Maggi en esa misma casa donde el sobrino ahora bebe vino blanco con él. Aquí la conversación (que es mas bien un monólogo de Tardewski, emitido con ardiente fervor, sobre el fracaso y principalmente, sobre una extraña conexión entre Kafka y Hitler: dos antípodas más), produce quizá las mejores páginas de la novela. El antiguo discípulo de Wittgenstein habla casi sin detenerse durante toda la noche y al final, cuando los sorprende la luz del nuevo día, le entrega a Renzi los papeles de Maggi, donde hay una última carta que sirve de punto final a esta maravillosa e intrincada historia.
Respiración Artificial es, en mi opinión, una obra maestra de la más exquisita narrativa contemporánea, que mira hacia el nítido horizonte (en realidad no sólo mira, se dirige hacia allá, prefigurando de manera precisa y contundente el futuro), donde ya comienza a asomarse el nuevo milenio.
“Kafka, in his fiction, realizes, even before Hitler himself, what Hitler told him he would do. His texts are the anticipation of what he glimpsed as only too possible in the perverse words that Adolf, half-clown, half-prophet, who announced, in a sort of lethargic somnolence, a future of symmetrical evil. A future that Hitler himself saw as impossible; a Gothic dream in which he, the louse-bitten and failed artist, would be transformed into the Führer. Not even Hitler himself, I am sure, thought that all of that was possible in 1909. But Kafka did. Kafka, Renzi, said Tardewski, knew how to listen. He was attentive to the sickly murmurs of history.”
Mi primer Piglia anuncia no ser el último. Esta novela, este juego detectivesco, consiguió encantarme en el primer párrafo y mantenerme ahí hasta el final. El juego de espejos de las cartas, las conversaciones donde lo pendiente es lo único importante, el silencio como espacio para levantar castillos y laberintos. Respiración artificial es un muy buen compuesto organismo, se mueve, repta, se esconde en las sombras de las esquinas permitiéndote el gozo de la emboscada. Los comentarios sobre literatura me entusiasmaron, incluso cuando se desmembra a Mujica Laínez (el baño de sangre le sentó bien a mis huesos) a quien tengo un particular cariño.
Ya dije alguna vez, creo que comentando algo de Vila-Matas, lo mucho que me alegra cuando la escritura es una fiesta de la inteligencia. La pobre inteligencia, tan desacreditada por las pesadillas del siglo pasado, debería retomar su lugar feliz entre las cualidades del espíritu. La literatura, cuando la celebra, contribuye a ese milagro de metamorfosis donde no hay diferencia entre verdad y belleza. Toda obra que sea, a su modo, el poema de Dickinson sobre las almas vecinas del cementerio ("hemos muerto por lo mismo", se musitan) es capaz de hacerme sonreír.
Aquí sonreí, sonrío todavía al recordar la lectura, y espero muchos otros lectores tengan la oportunidad de sonreír igual.
Después del momento Renzi-Marconi y Renzi-Tardewski que son lo mejor del libro, rescato muchas lindas citas perdidas:
¿Qué es el exilio sino una forma de utopía? El desterrado es el hombre utópico por excelencia, vive en constante nostalgia del futuro.
Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mi cuerpo.
Así son las cosas en esta época: para encontrarse con la gente que uno quiere hay que dormir.
Hablo del tema de mi relato con Lisette. Ella me dice: ¿Pondrás tú ahí una mujer que como yo sabe leer el futuro en el vuelo de los pájaros nocturnos? Pondré, le digo, quizás, en mi relato, a una adivina, una mujer que, como tú, sepa mirar lo que nadie puede ver.
A veces me ha pasado que me entusiasmo con lo que leo y siento el deseo de vivirlo inmediatamente.
[Citando a Borges] Porque la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido y encarnizarse en su propia disolución y cortejar su fin.