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¿Puede una novela ser despiadada a la vez que irremediablemente humana? Saramago nos demuestra que sí, que es posible diseccionar a la sociedad y desmantelarla dejando al descubierto lo más perverso de ésta y sus gobiernos y aún así hallar el ímpetu por la supervivencia, la dignidad y unos insólitos atisbos de nobleza en medio de un país en ruinas.
La novela empieza con contundencia. Un hombre como cualquier otro varado en el tráfico un día cualquiera. Con una salvedad, se queda repentinamente ciego. Éste es el comienzo de la manifestación de una epidemia inesperada e inexplicable que avanza con fervor cobrándose la vista de sus víctimas y son los primeros perjudicados de este irrefrenable mal los que van a constituir nuestro núcleo protagónico. Reunidos en un manicomio que sirve como centro para la cuarentena impuesta por el gobierno, se ven segregados, excluidos e incluso eliminados a balazos probando que la dignidad humana cae de rodillas ante el miedo y que la autoridad de desentiende rápida y fácilmente de su compromiso con el ciudadano.
El aislamiento, la falta de recursos y la privación del sentido del que somos más esclavos no demoran en corromper el espíritu de los involucrados orillándolos a una realidad oscura en el sentido figurativo pero también en el literal, donde prima la voluntad del más fuerte y se da rienda suelta a los más arbitrarios y perversos abusos. En este contexto la ética, aunque presente en los discursos y discusiones de los ciegos, se ve doblegada y corroída. La pluma de Saramago explora este torbellino de degradación y violencia con un cuidado ejemplar, una prosa absorbente y una astuta decisión de no proporcionales nombres a los personajes sino de presentarlos en base a características vagas intensificando la noción de que podrían ser cualquiera.
El libro es tenso, demoledor y se halla repleto de planteamientos existencialistas. Es rico en personajes, complejo en su abordaje y sin lugar a dudas inolvidable.
La novela empieza con contundencia. Un hombre como cualquier otro varado en el tráfico un día cualquiera. Con una salvedad, se queda repentinamente ciego. Éste es el comienzo de la manifestación de una epidemia inesperada e inexplicable que avanza con fervor cobrándose la vista de sus víctimas y son los primeros perjudicados de este irrefrenable mal los que van a constituir nuestro núcleo protagónico. Reunidos en un manicomio que sirve como centro para la cuarentena impuesta por el gobierno, se ven segregados, excluidos e incluso eliminados a balazos probando que la dignidad humana cae de rodillas ante el miedo y que la autoridad de desentiende rápida y fácilmente de su compromiso con el ciudadano.
El aislamiento, la falta de recursos y la privación del sentido del que somos más esclavos no demoran en corromper el espíritu de los involucrados orillándolos a una realidad oscura en el sentido figurativo pero también en el literal, donde prima la voluntad del más fuerte y se da rienda suelta a los más arbitrarios y perversos abusos. En este contexto la ética, aunque presente en los discursos y discusiones de los ciegos, se ve doblegada y corroída. La pluma de Saramago explora este torbellino de degradación y violencia con un cuidado ejemplar, una prosa absorbente y una astuta decisión de no proporcionales nombres a los personajes sino de presentarlos en base a características vagas intensificando la noción de que podrían ser cualquiera.
El libro es tenso, demoledor y se halla repleto de planteamientos existencialistas. Es rico en personajes, complejo en su abordaje y sin lugar a dudas inolvidable.