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Página tras página andada de “Herzog”, con la lectura pausada que exige la intimidad de la literatura existencialista, me inquietó mucho la cuestión del judío cuya familia emigra de Rusia a Canadá, para luego moverse a Chicago. Un peregrinaje que evoca las palabras de Toni Morrison al respecto en “El origen del los otros”: “Esos inmigrantes comprendieron que, si querían llegar a ser estadounidenses ‘de verdad’, debían cortar o al menos minimizar en gran medida los lazos con sus países de origen y apropiarse de su condición de blancos” (P. 31). Entonces, sentí que la vida de Moses Herzog, el protagonista de la novela de Bellow, es una historia de los sentimentales que no logran hallar su lugar en el utilitarismo capitalista norteamericano (o lo que chomskyanamente se llama el capitalismo depredador).
El protagonista es un símbolo de las exigencias demenciales dispuestas por el estilo de vida norteamericano: medimos nuestras emociones en términos de mercado, enredamos nuestras pasiones en concepto de intereses de inversión, resolvemos nuestros conflictos sentimentales bajo la lógica productiva de la positividad tóxica que llena los discursos de la psicología moderna. Así, los actos desesperados son efectos del ruido constante que hacen los mercados de las emociones y por ello, Herzog encuentra su redención no en la filosofía ni en la intimidad de las cartas que escribe para no entregar, sino en el silencio de los despojos de su vida.
Al finalizar mi lectura, quedé con la sensación de que estamos desacostumbrados al fracaso, no soportamos una ruptura amorosa, una pérdida laboral o incluso el crecimiento en nuestra ausencia de nuestros amigos. ¿Cómo vivir en una era de materialización de sueños sin espíritu? ¿Cómo vivir sin el acoso del éxito, de la autogestión, del fetichismo desaforado por medirnos en cantidades de dinero? Lamento la generalización. Ciertamente mucha gente trasciende con nobleza en su día a día y gana a costa de esfuerzo y trabajo cada centavo de su tiempo. Moses Herzog se recoge en el silencio luego de comprobar la escandalosa certeza de que lo ha perdido todo. La literatura de Saul Bellow todavía es ese silencio vivificante que nos permite reexistir.
El protagonista es un símbolo de las exigencias demenciales dispuestas por el estilo de vida norteamericano: medimos nuestras emociones en términos de mercado, enredamos nuestras pasiones en concepto de intereses de inversión, resolvemos nuestros conflictos sentimentales bajo la lógica productiva de la positividad tóxica que llena los discursos de la psicología moderna. Así, los actos desesperados son efectos del ruido constante que hacen los mercados de las emociones y por ello, Herzog encuentra su redención no en la filosofía ni en la intimidad de las cartas que escribe para no entregar, sino en el silencio de los despojos de su vida.
Al finalizar mi lectura, quedé con la sensación de que estamos desacostumbrados al fracaso, no soportamos una ruptura amorosa, una pérdida laboral o incluso el crecimiento en nuestra ausencia de nuestros amigos. ¿Cómo vivir en una era de materialización de sueños sin espíritu? ¿Cómo vivir sin el acoso del éxito, de la autogestión, del fetichismo desaforado por medirnos en cantidades de dinero? Lamento la generalización. Ciertamente mucha gente trasciende con nobleza en su día a día y gana a costa de esfuerzo y trabajo cada centavo de su tiempo. Moses Herzog se recoge en el silencio luego de comprobar la escandalosa certeza de que lo ha perdido todo. La literatura de Saul Bellow todavía es ese silencio vivificante que nos permite reexistir.