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Leí una edición de Editorial Cuarto Propio, breve y pequeña, que compré hace décadas en alguna feria del libro. Me gustó en partes iguales el cuento―esplendorósamente bien escrito―tanto como la introducción. Ese textito de entrada cuenta la vida de Saramago y no sólo me recordó que el hombre era ateo, sino que de origen obrero. José Saramago tuvo su primera casa propia a los setenta años y su madre murió analfabeta. Mi corazón sigue ese consejo de Marx y goza al aunarse con los obreros de la literatura universal. Alguna vez leí el Ensayo sobre la ceguera y el Ensayo sobre la lucidez y ya me había familiarizado con la particular puntuación de Saramago, en la que los diálogos fluyen entre comas e iniciando con mayúscula. Lo que no había apreciado tras ese gesto era la razón: darle a la escritura un sentido aún más oral. Amé mucho a Saramago por eso, por regalarme un nuevo ejemplo para sostener que la escritura es el artificio a través del cual una historia oral logra viajar más allá del tiempo y el espacio. Me reí varias veces leyendo, además de gran prosista, es un tremendo comediante este autor, irónico y crítico. Gracias a mí misma por regalarme este libro tantos años atrás.