Como somnífero está entre las mejores novelas, me dije después de dos horas de sueño vespertino provocado por una disertación entre Tertuliano y el sentido común. Primera vez que leo a Saramago. No estaba al tanto de su estilo: oraciones infinitas, entradas de dialogo después de una coma y una mayúscula, párrafos que se prolongan durante decenas y decenas de páginas... Alguien me recomendó el autor, el título de la novela me pareció interesante y decidí comenzar a leerlo por aquí.

Estuve a punto de abandonar la novela varias veces, incluso durante el primer capítulo, que en mi edición tiene cerca de 70 páginas. La trama, aunque interesante, avanzaba a pasos minúsculos, frenada por las frecuentes reflexiones del narrador, que ejemplificaba las situaciones más triviales del ser humano con metáforas, hay que decirlo, exquisitas.

Es solo llegando al final del segundo capítulo, en la parte meridional del texto, donde realmente despertó mi interés. Saramago tiene un dominio sublime de la puntuación y el discurso, la lectura mental es tangible, el ritmo de la prosa, aunque lento, también lleva vértigo. Las partes somníferas de la primera mitad del texto ahora me parecían esenciales. Poco a poco me vi envuelto con el manto de la historia, tendido por un maestro, uno de los de verdad.

Nunca me alegré tanto de no haber abandonado un libro, de haber aguantado la larga subida, de pendiente pronunciada, hasta el borde de la segunda mitad. El último cuarto de la historia, mientras los cabos se enlazaban, lo leí sentado en la orilla de la silla, tragándome las palabras enteras para acelerar la revelación del desenlace. El drama, el humor, el morbo y lo paradójico eclosionan, y me sorprendo, me parece increíble que una novela que me durmió una tarde, me quitó el sueño por la noche.