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Este libro es imperfecto, roto de origen, con partes intensas, otras soporíferas, algunas más extrañas, algo de redención y misticismo, pero esta mezcla logra entregar una narración que te va seduciendo y hace que te olvides de las partes malas y sólo perdure lo bueno, casi como los recuerdos o el pasado, que se van magnificando conforme se hacen más lejanos.
Stephen es un escritor de cuentos infantiles con una vida hecha, una esposa artista, una hija de 3 años adorable, un día la vida se rompe en miles de pedazos sin posibilidad de regresión.
Stephen tiene un amigo llamado Michael que ha destacado en la profesión que emprende, su última trabajo es de asesor político muy cercano al primer ministro, Michael tiene una esposa que es psicóloga y juntos forman una pareja sin igual.
Stephen esta roto cuando empieza su relato, de manera mecánica acude a un comité en el cual participa para discutir sobre leyes que puedan beneficiar a la niñez, de vez en cuando escribe pero lo hace más para justificarse que por tener un interés verdadero.
Hay mucho dolor palpable en los personajes y no lo tienen que decir o demostrar, se percibe en el ambiente, en las conversaciones, en los comportamientos, parece un sopor que ha inundado la vida y parece no tener fin.
En algún momento Stephen se enfrenta a algo que parece un espejismo, que lo hace desbordarse y regodearse en su dolor y sin quererlo este quiebre lo devuelve a la vida.
En esta nueva vida Stephen tiene que recorrer todavía un camino de obstáculos, golpes, y pérdidas pero sobre todo deberá llegar al fondo de su miseria y despertar al hecho que la vida nunca volverá a ser la misma, que lo perdido, perdido esta, y que deberá rehacerse e inventarse un nuevo yo que le permita crear algo nuevo, nunca algo mejor que lo que tenia, pero si algo que le de esperanza.