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El "Infierno" es más verosímil que la vida diaria; el "Purgatorio" aburre como una alusión a la existencia. El "Paraíso" es ilegible e inverosímil, como cualquier alarde de felicidad. La trilogía de Dante es el ejemplo vivo de la incapacidad del hombre de soportar la redención sin aburrimiento y la mayor rehabilitación del diablo concebida alguna vez por un cristiano.
Emil Cioran, Extravíos, Madrid, Hermida Editores, 2018
El purgatorio de Dante sólo puede ascenderse de día, pues durante la noche la voluntad humana se diluye ensombrecida por el brillo de las estrellas, y de su infierno sólo se puede huir trepando por las piernas del diablo, aún a riesgo de sucumbir a sus encantos para siempre. Sólo por esas dos enseñanzas, bien merece la pena seguir los pasos de Virgilio. El paraíso, en cambio, es un lugar bostezable, teórico, excesivamente Ptolomeico, lo que en sí mismo va en detrimento de su posible existencia. Dante se pone a hablarnos de esferas, como si se creyera un Aristóteles renacentista, como si estuviese murmurando en el sueño pesado al que da paso el Loracepam. Bien despierto, ojiplático, refiere el purgatorio y el infierno, y vaya si ambos resultan creíbles y electrizantes; pero en el cielo no cabe más que silencio, conjetura, tedio, pues se encuentra tan sólo en un lugar recóndito de la mente, un lugar hasta donde las ilusiones, por suerte, no lograrán nunca llevarnos del todo. No hay imágenes, nada que pueda tocarse, es un mero cebo cognitivo.
Lo fundamental de esta obra es que después de una larga noche en los tiempos, llamada Edad Media, resurgen la naturaleza y el hombre como protagonistas, y no Dios. Dios está ahí, presente, pero nunca nos habla más que a través de las voces de sus criaturas. Se funden lo pagano y lo ortodoxo y ambos tienen un mismo gran valor, que es el de haber sido ideados por nuestra culpa y nuestra fe, desde el principio; la vida no es más que un purgatorio y cielo e infierno son meras alegorías de la culpa y la esperanza.
Dante asciende en busca de Beatriz y no de Dios, sabiendo eso no queda mucho que decir. Es todo un hereje. Si las virtudes de un clásico son la pervivencia y la universalidad, La divina comedia lo es con mayúsculas. Ningún avance científico ni diferencia religiosa o cultural podrá hacer que dejemos de temer ese drama subterráneo tan creíblemente bosquejado, tan repleto de pasiones irredentas y experiencias horríficas, ni por supuesto, que dejemos de sentir como nuestra esa tierra angosta y escarpada del purgatorio, donde el vértigo de dar el siguiente paso es lo único importante, lo que nos mantiene despiertos; donde parece que si nos detenemos una vez ya no llegaremos nunca. Este es uno de esos libros de los que uno no debería desprenderse jamás; a los que conviene regresar de vez en cuando para encontrarse.