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Me doy cuenta que no habría estado mal leerse el Robinson Crusoe de Daniel Defoe antes de emprender esta lectura, más que nada por el hecho de captar los detalles en las distinciones, réplicas y diferentes matices que ofrece esta relectura del clásico inglés. Aún y así, desde luego, como casi cualquier aficionado a la literatura, conozco a grandes rasgos la Historia, lo bastante como para comprender que lo que Coetzee percibe en el fondo de esa historia es una visión acerca de la libertad y de ahí edifica su propia visión, contrastando los puntos de vista de diferentes personajes, incluyendo a la aparición estelar del propio Daniel Defoe.
Porque un náufrago que se queda varado en una isla efectivamente está libre de las leyes de cualquier estado, rige su propio destino dentro de las limitaciones del lugar. En el caso de este Cruso de Coetzee el hombre se dedica a edificar unas terrazas en el suelo de la isla por si algún día se puede plantar algo, porque él no puede, dado que en esa isla no hay vegetación ni semillas disponibles. Como se ve, ese gesto absurdo es una manifestación incontestable de libertad. Pero, ¿de qué sirve aparte de mero pasatiempo para mantener la cabeza ocupada y el cuerpo en funcionamiento?
Aquí el personaje principal es Susan Barton, una inglesa que recaló en Brasil, en la ciudad de Bahía, en busca de su hija desaparecida. Por azares acaba en una nave portuguesa, dónde es abusada y al final la tripulación se rebela contra el capitán y los arrojan por la borda, carambola por la que Susan acaba en la isla de Cruso y, mientras de describe con detalles los avatares y las características de la rutina diaria en la isla, también se desarrolla la tirante relación entre Cruso, Susan y Viernes, el esclavo que está al servicio de Cruso.
Con el desarrollo del argumento, y tras giros notorios, la narración también se desvía y observa la cuestión de la narración, lo que es otro ángulo sobre el que observar la cuestión de la libertad, pues Daniel Defoe tiene una opinión acerca de cómo debería contarse la historia de Susan Barton y ella, por contra, tiene otra distinta, pues así lo ha decidido ella. Ni qué decir tiene que, tomando derroteros más posmodernos, también hay no pocas reflexiones acerca de la libertad de los personajes y de los límites de la escritura, de su compromiso con la verdad y el choque se que produce con el interés del público y su ánimo de entretenimiento (a caso otra metáfora o paralelismo respecto a las terrazas que construye Cruso en la isla).
Todo ello va unido a una inmersión muy detallada en la Inglaterra del siglo XVIII, pues Coetzee no sólo demuestra conocimiento de la biografía de Defoe, también se su época, de forma que aborda problemas legales, morales, de costumbres y más aspectos con solvencia y aplomo, lo cual, en general, sin duda le da sabor a toda esa serie de disquisiciones y discusiones, que hacia el final de la novela ocupan un lugar primordial. No hemos de olvidar que estamos frente a una novela intelectual, no ante una novela de aventuras al uso. Como es habitual en el escritor sudafricano, sus intereses se ubican más en el terreno de la filosofía y la estética, sin que por ello se olvide de ofrecer un razonable entretenimiento al lector. Valga también comentar que, en comparación con su obra más tardía, aquí su prosa no es quizás tan sucinta y condensada, sin embargo se nota el relieve de su lenguaje y en poco más de 150 páginas abarca muchas más cuestiones y aspectos que otras novelas de 600. Por eso se nota que Foe está escrita por una mano magistral.
También tengo en mis manos otra revisión del clásico de Robinson Crusoe, la escribió el genial escritor francés Michel Tournier, si bien ahora me parece ineludible leer primero la novela clásica para poder absorber mejor su jugo.
Por lo demás, aunque no es mi novela favorita de Coetzee, quizás si que la incluiría entre las cinco mejores.
Porque un náufrago que se queda varado en una isla efectivamente está libre de las leyes de cualquier estado, rige su propio destino dentro de las limitaciones del lugar. En el caso de este Cruso de Coetzee el hombre se dedica a edificar unas terrazas en el suelo de la isla por si algún día se puede plantar algo, porque él no puede, dado que en esa isla no hay vegetación ni semillas disponibles. Como se ve, ese gesto absurdo es una manifestación incontestable de libertad. Pero, ¿de qué sirve aparte de mero pasatiempo para mantener la cabeza ocupada y el cuerpo en funcionamiento?
Aquí el personaje principal es Susan Barton, una inglesa que recaló en Brasil, en la ciudad de Bahía, en busca de su hija desaparecida. Por azares acaba en una nave portuguesa, dónde es abusada y al final la tripulación se rebela contra el capitán y los arrojan por la borda, carambola por la que Susan acaba en la isla de Cruso y, mientras de describe con detalles los avatares y las características de la rutina diaria en la isla, también se desarrolla la tirante relación entre Cruso, Susan y Viernes, el esclavo que está al servicio de Cruso.
Con el desarrollo del argumento, y tras giros notorios, la narración también se desvía y observa la cuestión de la narración, lo que es otro ángulo sobre el que observar la cuestión de la libertad, pues Daniel Defoe tiene una opinión acerca de cómo debería contarse la historia de Susan Barton y ella, por contra, tiene otra distinta, pues así lo ha decidido ella. Ni qué decir tiene que, tomando derroteros más posmodernos, también hay no pocas reflexiones acerca de la libertad de los personajes y de los límites de la escritura, de su compromiso con la verdad y el choque se que produce con el interés del público y su ánimo de entretenimiento (a caso otra metáfora o paralelismo respecto a las terrazas que construye Cruso en la isla).
Todo ello va unido a una inmersión muy detallada en la Inglaterra del siglo XVIII, pues Coetzee no sólo demuestra conocimiento de la biografía de Defoe, también se su época, de forma que aborda problemas legales, morales, de costumbres y más aspectos con solvencia y aplomo, lo cual, en general, sin duda le da sabor a toda esa serie de disquisiciones y discusiones, que hacia el final de la novela ocupan un lugar primordial. No hemos de olvidar que estamos frente a una novela intelectual, no ante una novela de aventuras al uso. Como es habitual en el escritor sudafricano, sus intereses se ubican más en el terreno de la filosofía y la estética, sin que por ello se olvide de ofrecer un razonable entretenimiento al lector. Valga también comentar que, en comparación con su obra más tardía, aquí su prosa no es quizás tan sucinta y condensada, sin embargo se nota el relieve de su lenguaje y en poco más de 150 páginas abarca muchas más cuestiones y aspectos que otras novelas de 600. Por eso se nota que Foe está escrita por una mano magistral.
También tengo en mis manos otra revisión del clásico de Robinson Crusoe, la escribió el genial escritor francés Michel Tournier, si bien ahora me parece ineludible leer primero la novela clásica para poder absorber mejor su jugo.
Por lo demás, aunque no es mi novela favorita de Coetzee, quizás si que la incluiría entre las cinco mejores.