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«¿Quién va a querer leer que hubo una vez dos individuos anodinos en una roca en medio del océano que para matar el tiempo se dedicaban a cavar buscando piedras?»
Se dice que para contar la verdad, la literatura debe inventar muchas pequeñas mentiras.
En Foe, Coetzee desarrolla esta idea de la literatura como medio de traducir y transmitir una verdad esencial que, de otra forma (en el mundo real) no podría ser entendida más que por aquel único individuo que por experiencia propia la presenció, la sintió y ha podido comprenderla (en este caso, la náufraga Susan Barton, y quizá también el mismo Foe). La palabra escrita necesita apropiarse de la historia, modificarla y contarla así a su propia manera, en su propio lenguaje, por la sencillísima razón de que es imposible capturar la vida en tinta y papel.
Uno de los más claros ejemplos de esta necesidad de transformar la realidad y contar mentiras para poder transmitir una verdad superior, la encontramos en el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, novela que ha sido denigrada muchas veces por su «falta de veracidad» o por ser «históricamente inexacta» por lectores o críticos que no han acabado de entender la misión o significado de la literatura. Porque claro que es inexacta y no cuenta las cosas como se supone que históricamente sucedieron, pero, y he ahí su enorme valor, logra transmitir muy bien al lector que a ella se acerca el ambiente de inseguridad, desazón, miedo, pasmo y hasta apocalíptica indiferencia que de seguro (en la vida real) se cernió sobre los seres humanos que vivieron la peste en carne propia. No es que reproduzca, es que re-crea la realidad.
En esta original novela, para llevar a cabo su empresa, J.M. Coetzee toma y reinterpreta el Robinson Crusoe del mismo Defoe (que de nacimiento se apellidaba Foe), creando una especie de universo alterno, una versión de la historia en donde Crusoe (en la novela: Cruso) y su naufragio fueron cosa real, aunque mucho menos interesante y florida que la extraordinaria narración que Defoe hace a partir de diversos relatos de naufragios, como el de Alexander Selkirk. La verdadera protagonista en este caso es Susan Barton, una mujer inglesa que por azares del destino acaba naufragando en la misma isla a que Cruso fue a parar.
La realidad, entonces, la verdadera historia de Robinson Crusoe y su naufragio, resulta ser algo tan monótono, escueto y falto de heroísmo que Susan Barton, que siente necesita contar lo que vio y vivió en la isla una vez regresa a la civilización, va en busca del escritor profesional Foe. Pero el señor Foe es escurridizo, se asemeja a una mera sombra que la hace dar vueltas, y es entonces, con su necesidad nunca satisfecha de relatar su historia, lo que la lleva a darse cuenta de la capacidad de la literatura de contar verdades a medias, alternas o meros inventos en aras de contar una verdad esencial. Antes de que se pueda dar cuenta, la protagonista de la novela se halla narrando su propia historia.
Resulta una novela muy entretenida e interesante, en donde Coetzee nos muestra ese otro gran tema que, junto con la denuncia de la injusticia y los excesos del poder, conforma su obra: la forma y los medios con que la literatura recrea la realidad, la forma en que se escribe una novela, tema que será retomado sobre todo en sus últimos trabajos.
Se dice que para contar la verdad, la literatura debe inventar muchas pequeñas mentiras.
En Foe, Coetzee desarrolla esta idea de la literatura como medio de traducir y transmitir una verdad esencial que, de otra forma (en el mundo real) no podría ser entendida más que por aquel único individuo que por experiencia propia la presenció, la sintió y ha podido comprenderla (en este caso, la náufraga Susan Barton, y quizá también el mismo Foe). La palabra escrita necesita apropiarse de la historia, modificarla y contarla así a su propia manera, en su propio lenguaje, por la sencillísima razón de que es imposible capturar la vida en tinta y papel.
Uno de los más claros ejemplos de esta necesidad de transformar la realidad y contar mentiras para poder transmitir una verdad superior, la encontramos en el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, novela que ha sido denigrada muchas veces por su «falta de veracidad» o por ser «históricamente inexacta» por lectores o críticos que no han acabado de entender la misión o significado de la literatura. Porque claro que es inexacta y no cuenta las cosas como se supone que históricamente sucedieron, pero, y he ahí su enorme valor, logra transmitir muy bien al lector que a ella se acerca el ambiente de inseguridad, desazón, miedo, pasmo y hasta apocalíptica indiferencia que de seguro (en la vida real) se cernió sobre los seres humanos que vivieron la peste en carne propia. No es que reproduzca, es que re-crea la realidad.
En esta original novela, para llevar a cabo su empresa, J.M. Coetzee toma y reinterpreta el Robinson Crusoe del mismo Defoe (que de nacimiento se apellidaba Foe), creando una especie de universo alterno, una versión de la historia en donde Crusoe (en la novela: Cruso) y su naufragio fueron cosa real, aunque mucho menos interesante y florida que la extraordinaria narración que Defoe hace a partir de diversos relatos de naufragios, como el de Alexander Selkirk. La verdadera protagonista en este caso es Susan Barton, una mujer inglesa que por azares del destino acaba naufragando en la misma isla a que Cruso fue a parar.
La realidad, entonces, la verdadera historia de Robinson Crusoe y su naufragio, resulta ser algo tan monótono, escueto y falto de heroísmo que Susan Barton, que siente necesita contar lo que vio y vivió en la isla una vez regresa a la civilización, va en busca del escritor profesional Foe. Pero el señor Foe es escurridizo, se asemeja a una mera sombra que la hace dar vueltas, y es entonces, con su necesidad nunca satisfecha de relatar su historia, lo que la lleva a darse cuenta de la capacidad de la literatura de contar verdades a medias, alternas o meros inventos en aras de contar una verdad esencial. Antes de que se pueda dar cuenta, la protagonista de la novela se halla narrando su propia historia.
Resulta una novela muy entretenida e interesante, en donde Coetzee nos muestra ese otro gran tema que, junto con la denuncia de la injusticia y los excesos del poder, conforma su obra: la forma y los medios con que la literatura recrea la realidad, la forma en que se escribe una novela, tema que será retomado sobre todo en sus últimos trabajos.