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Voy a hacer un ejercicio que casi siempre evito: escribir un review de uno de mis libros favoritos.
“El Palacio de la Luna” puede ser, para alguna gente, un libro iniciático. Leerlo a los veinte años puede ser una experiencia parecida a leer “El Guardián en el Centeno” a los quince. Lamentablemente yo leí a Salinger muy tarde; a Auster lo leí exactamente a los 20. He leído al menos 4 veces “El Palacio de la Luna” desde entonces (aunque la última vez fue hace ya un buen tiempo), y en todo ese tiempo es probablemente él único libro que nunca ha salido de la lista de mis 3 favoritos. En la historia.
Y sin embargo. Es un libro imperfecto, eso salta a la vista. Algunas cosas no son defendibles: Kittie-wu tiene el doble defecto de ser una clásica Manic Pixie Girl y al mismo tiempo ser horrorosamente orientalista - la infame frase de “Here comes the Dragon Lady” ha sido caricaturizada - con razón- en más de una crítica. No solo es racista y anti-feminista al mismo tiempo, sino que algo aún peor: simplemente está muy mal escrito.
Las acciones del personaje principal son absurdas - lo que en sí mismo no es un problema - pero en muchas ocasiones Auster pareciera querer insinuar que hay una trascendencia enorme e inexplicada detrás de todo - cuando claramente no la hay. Estoy más que seguro, apostaría mi mano derecha a que en su proceso creativo Auster a veces pega palabras o imágenes que le parecen sugerentes, sin tener ninguna idea de que es exactamente lo que quiere sugerir. Por eso a los lectores menos ingenuos les irrita Auster: les parece presuntuoso, les parece un mistificador. Y probablemente es cierto. Y creo que ahí está la raíz del hecho de que Auster por un buen tiempo haya sido inmensamente popular en Europa y en America Latina y casi un desconocido en EE.UU. Auster defiende además su utilización de las coincidencias absurdas dentro de la trama como otro elemento estético, incluso argumentando elementos biográficos (cuenta en su biografía algunas coincidencias muy raras que le han pasado en la vida, pero eso es otro tema). Puede ser cierto que sea parte de su propuesta estética, pero eso no quita que es una propuesta que facilita las cosas. Utiliza las coincidencias como un Deux-ex-Machina: cuando la historia pareciera que no va a ninguna parte, he ahí otra coincidencia. Demasiado fácil.
Recientemente un detractor me llamó la atención sobre un elemento crítico más importante: la cosmovisión que presenta Auster, su visión postmodernista, ejemplificada principalmente en este personaje principal que es principalmente un espectador al que le pasan cosas. Todo el mundo pareciera girar alrededor de M.S. Fogg. Para escribir algo así probablemente la dosis de individualismo tiene que ser alta, bordeando el solipsismo. No lo sé.
Otros elementos son más argumentables: las larguísimas historias-dentro-de-la-historia se han vuelto una característica propia de Auster; a muchos les irritan estos desvíos de la trama principal. Yo creo que son uno de los mayores aportes de Auster: doblar los géneros y no respetar las convenciones de la novela si el libro lo pide (además, en general las historias son muy buenas).
Y sin embargo.
Sigo pensando que es uno de mis libros favoritos, no tengo ninguna duda de eso. Siempre me ha gustado la crítica literaria a posteriori: tu sabes adentro si te gusta un libro o no. El proceso crítico puede después ayudarte a iluminar algunas áreas: porqué te gusta este libro, porque encuentras belleza en él, porque te apasiona leer libros así. Cuando trató de describir que es lo que realmente me gustó, puedo llegar fácilmente a varios elementos: Auster es un escritor eminentemente visual, trabaja con imágenes. Lo comentaba en mi review de La Musica del Azar: al final del libro, años después incluso, uno todavía se acuerda de la imagen de Pozzi caminando sobre un muro construído en un prado, con los restos de un castillo destruido. En “El Palacio de la Luna” hay cientos de imagenes así. M.S. Fogg viviendo solo en Central Park, o en un apartamento amueblado solo con cajas selladas llenas de libros, o caminando por el desierto. Es un libro absolutamente épico, y me gusta que alguien se atreva con algo así. Es claramente un intento de Gran Novela Americana. Algunos odian eso, pero yo creo que es lo que necesitamos. Necesitamos libros como “2666”, como “Pastoral Americana”, como “Little, big”. Todos distintos y ambiciosos a su manera. Alguien por ahí debe estar revolcándose en su tumba de que haya puesto estos nombres juntos. Pero nadie puede negar que EPdlL es un libro ambicioso, al menos en intención. Auster además es un maestro absoluto en lograr poetizar objetos comunes sacándolos de contexto (como hace con las cajas de cartón llenas de libros en EPdlL, o con las guías telefónicas en Oracle Night). Y es un narrador increíblemente dotado; esa es lejos su mayor virtud. Y en eso se parece a Salinger.
Pero al final del día, cuando un libro realmente te mueve no es por el juego de sopesar lo malo y lo bueno y ver que es lo que ganó al final. Para mi el punto es este: si hay algo que no puede imitarse o falsearse, es la pasión. Hay un sentimiento extraño, que he tenido con pocos libros: a todos nos ha pasado leer algo muy rápido, sin poder soltarlo. Es una buena sensación. Pero pocas veces me ha pasado leer sintiendo que el autor estaba escribiendo rápido lo que yo en esos momentos leía, sin poder parar. Me pasó con Salinger. Y me pasó con Auster.
5 estrellas.
“El Palacio de la Luna” puede ser, para alguna gente, un libro iniciático. Leerlo a los veinte años puede ser una experiencia parecida a leer “El Guardián en el Centeno” a los quince. Lamentablemente yo leí a Salinger muy tarde; a Auster lo leí exactamente a los 20. He leído al menos 4 veces “El Palacio de la Luna” desde entonces (aunque la última vez fue hace ya un buen tiempo), y en todo ese tiempo es probablemente él único libro que nunca ha salido de la lista de mis 3 favoritos. En la historia.
Y sin embargo. Es un libro imperfecto, eso salta a la vista. Algunas cosas no son defendibles: Kittie-wu tiene el doble defecto de ser una clásica Manic Pixie Girl y al mismo tiempo ser horrorosamente orientalista - la infame frase de “Here comes the Dragon Lady” ha sido caricaturizada - con razón- en más de una crítica. No solo es racista y anti-feminista al mismo tiempo, sino que algo aún peor: simplemente está muy mal escrito.
Las acciones del personaje principal son absurdas - lo que en sí mismo no es un problema - pero en muchas ocasiones Auster pareciera querer insinuar que hay una trascendencia enorme e inexplicada detrás de todo - cuando claramente no la hay. Estoy más que seguro, apostaría mi mano derecha a que en su proceso creativo Auster a veces pega palabras o imágenes que le parecen sugerentes, sin tener ninguna idea de que es exactamente lo que quiere sugerir. Por eso a los lectores menos ingenuos les irrita Auster: les parece presuntuoso, les parece un mistificador. Y probablemente es cierto. Y creo que ahí está la raíz del hecho de que Auster por un buen tiempo haya sido inmensamente popular en Europa y en America Latina y casi un desconocido en EE.UU. Auster defiende además su utilización de las coincidencias absurdas dentro de la trama como otro elemento estético, incluso argumentando elementos biográficos (cuenta en su biografía algunas coincidencias muy raras que le han pasado en la vida, pero eso es otro tema). Puede ser cierto que sea parte de su propuesta estética, pero eso no quita que es una propuesta que facilita las cosas. Utiliza las coincidencias como un Deux-ex-Machina: cuando la historia pareciera que no va a ninguna parte, he ahí otra coincidencia. Demasiado fácil.
Recientemente un detractor me llamó la atención sobre un elemento crítico más importante: la cosmovisión que presenta Auster, su visión postmodernista, ejemplificada principalmente en este personaje principal que es principalmente un espectador al que le pasan cosas. Todo el mundo pareciera girar alrededor de M.S. Fogg. Para escribir algo así probablemente la dosis de individualismo tiene que ser alta, bordeando el solipsismo. No lo sé.
Otros elementos son más argumentables: las larguísimas historias-dentro-de-la-historia se han vuelto una característica propia de Auster; a muchos les irritan estos desvíos de la trama principal. Yo creo que son uno de los mayores aportes de Auster: doblar los géneros y no respetar las convenciones de la novela si el libro lo pide (además, en general las historias son muy buenas).
Y sin embargo.
Sigo pensando que es uno de mis libros favoritos, no tengo ninguna duda de eso. Siempre me ha gustado la crítica literaria a posteriori: tu sabes adentro si te gusta un libro o no. El proceso crítico puede después ayudarte a iluminar algunas áreas: porqué te gusta este libro, porque encuentras belleza en él, porque te apasiona leer libros así. Cuando trató de describir que es lo que realmente me gustó, puedo llegar fácilmente a varios elementos: Auster es un escritor eminentemente visual, trabaja con imágenes. Lo comentaba en mi review de La Musica del Azar: al final del libro, años después incluso, uno todavía se acuerda de la imagen de Pozzi caminando sobre un muro construído en un prado, con los restos de un castillo destruido. En “El Palacio de la Luna” hay cientos de imagenes así. M.S. Fogg viviendo solo en Central Park, o en un apartamento amueblado solo con cajas selladas llenas de libros, o caminando por el desierto. Es un libro absolutamente épico, y me gusta que alguien se atreva con algo así. Es claramente un intento de Gran Novela Americana. Algunos odian eso, pero yo creo que es lo que necesitamos. Necesitamos libros como “2666”, como “Pastoral Americana”, como “Little, big”. Todos distintos y ambiciosos a su manera. Alguien por ahí debe estar revolcándose en su tumba de que haya puesto estos nombres juntos. Pero nadie puede negar que EPdlL es un libro ambicioso, al menos en intención. Auster además es un maestro absoluto en lograr poetizar objetos comunes sacándolos de contexto (como hace con las cajas de cartón llenas de libros en EPdlL, o con las guías telefónicas en Oracle Night). Y es un narrador increíblemente dotado; esa es lejos su mayor virtud. Y en eso se parece a Salinger.
Pero al final del día, cuando un libro realmente te mueve no es por el juego de sopesar lo malo y lo bueno y ver que es lo que ganó al final. Para mi el punto es este: si hay algo que no puede imitarse o falsearse, es la pasión. Hay un sentimiento extraño, que he tenido con pocos libros: a todos nos ha pasado leer algo muy rápido, sin poder soltarlo. Es una buena sensación. Pero pocas veces me ha pasado leer sintiendo que el autor estaba escribiendo rápido lo que yo en esos momentos leía, sin poder parar. Me pasó con Salinger. Y me pasó con Auster.
5 estrellas.