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3,5/5
Wilkie Collins, amigo íntimo de Dickens, publicó en 1859 una de las obras considerada pionera del género policiaco y de misterio. «La mujer de blanco» es una novela epistolar (alterna diarios y relatos) de múltiples personajes que dan luz a una investigación al más puro estilo detectivesco que creó sensación en su momento y sigue siendo un referente en la actualidad.
La historia comienza con el relato de Walter Hartright que es contratado por el señor Fairlie para dar unas clases de dibujo a su sobrina Laura y a la medio hermana de esta, Marian, en Cumberland. Pronto se verá envuelto en una serie de hechos intrigantes y tras sus encuentros con la misteriosa mujer de blanco empezará a intentar resolver un intrincado puzzle.
A partir de entonces la novela se mantiene en una narración ágil, sumamente entretenida y numerosas hipótesis revolotean en nuestra mente, atrapando e incitando al lector a seguir leyendo hasta descubrir de la mano de los diferentes testimonios, la oculta realidad. Pero llegado cierto momento, la trama adopta un ritmo excesivamente lento llegando a una conclusión desprovista del encanto que la caracterizaba previamente.
A parte del ritmo frenético de medio libro, debo destacar la calidad de los personajes: Marian y el conde Fosco (el verdadero villano de esta historia), a pesar de que a mi humilde parecer, sus dos finales no son acordes a lo esperado pues pierden carácter y fuerza en la decepcionante recta final (al igual que la relación romántica con la que no he conectado y el abandono de la mujer de blanco que tanta importancia parecía tener). Esto es un sentimiento general con todo lo que concierne la conclusión que lejos de satisfacerme, cambia radicalmente todo lo que opinaba y sentía a lo largo de su lectura.
En definitiva, creo que este escrito es exquisito en su comienzo, la ambientación, la estructura narrativa, las pesquisas de los protagonistas así como la incertidumbre que atrapa y confunde, pero por desgracia el desenlace me ha sumido en una decepción irrevocable. Siento que hubiera podido ser algo excepcional pero se queda a medias.
Wilkie Collins, amigo íntimo de Dickens, publicó en 1859 una de las obras considerada pionera del género policiaco y de misterio. «La mujer de blanco» es una novela epistolar (alterna diarios y relatos) de múltiples personajes que dan luz a una investigación al más puro estilo detectivesco que creó sensación en su momento y sigue siendo un referente en la actualidad.
La historia comienza con el relato de Walter Hartright que es contratado por el señor Fairlie para dar unas clases de dibujo a su sobrina Laura y a la medio hermana de esta, Marian, en Cumberland. Pronto se verá envuelto en una serie de hechos intrigantes y tras sus encuentros con la misteriosa mujer de blanco empezará a intentar resolver un intrincado puzzle.
A partir de entonces la novela se mantiene en una narración ágil, sumamente entretenida y numerosas hipótesis revolotean en nuestra mente, atrapando e incitando al lector a seguir leyendo hasta descubrir de la mano de los diferentes testimonios, la oculta realidad. Pero llegado cierto momento, la trama adopta un ritmo excesivamente lento llegando a una conclusión desprovista del encanto que la caracterizaba previamente.
A parte del ritmo frenético de medio libro, debo destacar la calidad de los personajes: Marian y el conde Fosco (el verdadero villano de esta historia), a pesar de que a mi humilde parecer, sus dos finales no son acordes a lo esperado pues pierden carácter y fuerza en la decepcionante recta final (al igual que la relación romántica con la que no he conectado y el abandono de la mujer de blanco que tanta importancia parecía tener). Esto es un sentimiento general con todo lo que concierne la conclusión que lejos de satisfacerme, cambia radicalmente todo lo que opinaba y sentía a lo largo de su lectura.
En definitiva, creo que este escrito es exquisito en su comienzo, la ambientación, la estructura narrativa, las pesquisas de los protagonistas así como la incertidumbre que atrapa y confunde, pero por desgracia el desenlace me ha sumido en una decepción irrevocable. Siento que hubiera podido ser algo excepcional pero se queda a medias.