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"Me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura."
Luego del soberano aburrimiento al que me había sometido con su libro “Nueve Cuentos”, me había propuesto no leer nunca más a J.D. Salinger. Los cuentos me habían despertado muy poco interés, salvo dos y un tercero que rescato, pero en líneas generales el libro me pareció flojo y las historias contadas me daban la sensación de no ir para ningún lado.
De todos modos, recapacitando, me di cuenta que estaba equivocado en mi forma de pensar. No todos los libros que escriben los autores tienen el mismo tenor y suele pasar que a veces escriben libros que ni a ellos mismos terminan gustándoles (siempre me acuerdo de que Cortázar consideraba flojos a varios de sus libros); y otro motivo que me hizo reconsiderar leer a Salinger fue el hecho de que como lector no debo erigirme en juez de ningún libro o autor. Puedo decir que tal libro me gustó o no, pero esto siempre debe suceder después de haber hecho al menos el intento de leerlo.
Inmediatamente se me vino a la cabeza ese inoxidable axioma “Nunca juzgues un libro por su tapa”. De alguna manera extendí esa advertencia también al autor para no emitir prejuicios ni creer que toda su obra es igual.
Es que luego de haber leído un libro como el Ulises de James Joyce, con la complejidad que ese tipo de lecturas genera me dije: “Si pude atravesar ese enjambre de palabras que encierra el Ulises, ¿Cómo no voy a intentar leer “El guardián entre el centeno"?
Entonces, corrí rápidamente a una librería y me compré un ejemplar que me dispuse a leer durante mis vacaciones.
Le reconozco a Salinger la genialidad con la que trata a su personaje principal, Holden Caulfield y de cómo muestra el estado de ánimo de una generación adolescente de posguerra que se extiende aún hasta hoy en la mayoría de los jóvenes. Aclaro esto porque más allá de lo que plantea acerca de cómo mira Holden a la sociedad desde su juventud, no todos los adolescentes pensaron ni piensan igual que él.
Además de todo esto, se pueden observar en su conducta ciertos actitudes misóginas, tendencias a ser muy ácido e irónico con los homosexuales, las prostitutas e incluso las mujeres en general, pero esto surge a partir de merodear bares y lugares de dudosa reputación.
Todo esto contado a partir de un lenguaje bastante vulgar por momentos, para la época y la sociedad de 1951 y sobre todo porque lo cuenta un adolescente. Holden tiene dieciséis años, pero se mueve en ambientes de personas muchos mayores que él, fuma toneladas de cigarrillos y su bebida preferida es el whisky con soda, producto de deambular libremente por cualquier lado con el dato adicional de que posee mucho dinero en sus bolsillos.
Leer “El guardián entre el centeno” es como escuchar “I can’t get no Satisfaction” de los Rolling Stones pero en una versión que dura cuatro horas. Su inconformismo y su situación de constante depresión es total y lo acompaña durante todo el libro.
Hay dos cosas que a Holden le irritan terriblemente en su relación con los distintos personajes que se cruza en la novela desde que lo expulsan del colegio de Pencey hasta que llega a su casa paterna de New York: la falsedad y la hipocresía. Estas son dos características que observa y critica y que lo ponen de mal humor o lo deprimen. Por momentos hace cosas propias de los jóvenes pero también intenta pensar y repensar hacia dónde va su vida (su es que va hacia algún lado) y por qué su actitud es la de desconfiar de esas personas que considera nocivas para él.
El trato con sus compañero de escuela es bastante ríspido, sea con Ackley, Maurice, Stradlater y Spencer e incluso con sus profesores y familiares. Con las chicas (Sally Hayes, Jane Gallagher) no le va precisamente de maravillas. Las posibilidades de acercamiento sexual con ellas posee un recíproco alejamiento afectivo impuesto de antemano.
Pero no todo es negativo para Holden. Hay dos personas, una viva y una muerta que tienen una consideración especial para él. Su fallecido hermano Allie a quien admira profundamente y sobre el que siempre tiene recuerdos entrañables y afectuosos y la tierna debilidad por su pequeña hermanita de ocho años, Phoebe, que siempre está también presente en su vida y en sus pensamientos. Ella es todo para él y viceversa. Son muy unidos y esto se profundizará hacia el final del libro. Pareciera que a veces ella e da sentido a su vida, lo completa, lo tranquiliza.
Terminando esta reseña no puedo dejar de reflexionar acerca de un tema: nunca pudo entenderse cómo este libro pudo plantar ideas criminales en la mente de tres asesinos. El más famoso de ellos, Mark David Chapman, quien asesinara a Lennon el 8 diciembre de 1980 y al que la policía encontró en su habitación leyendo tranquilamente una copia de este ejemplar.
Dicen que los investigadores encontraron detrás de la tapa del libro una frase escrita por Chapman que decía “Esta es mi declaración” y para justificarse aclaró: "Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo". Insólito y macabro.
Otro caso fue el de John Hinckley Jr., quien un año más tarde del homicidio de Lennon a manos de Chapman intentó asesinar al presidente Ronald Reagan. El atacante aseguró estar completamente obsesionado con la novela de Salinger. Y un tercer asesino, Robert John Bardó, terminó con la vida de la actriz Rebecca Lucile Schaeffer fue encontrado por la policía del mismo modo que Chapman: con un ejemplar del libro en sus manos.
Finalmente y más allá de estos datos extra literarios, reivindico mi postura con respecto a Salinger y particularmente con este libro. Cuando un libro ingresa en el sitial de los "clásicos", esto no sucede porque sí. Podrá ser amado u odiado pero nunca ignorado y además debe ser leído o intentar ser leído.
Le agradezco haberme dado esa lección, Sr. Salinger.
Por favor tenga a bien aceptar mis disculpas.
Luego del soberano aburrimiento al que me había sometido con su libro “Nueve Cuentos”, me había propuesto no leer nunca más a J.D. Salinger. Los cuentos me habían despertado muy poco interés, salvo dos y un tercero que rescato, pero en líneas generales el libro me pareció flojo y las historias contadas me daban la sensación de no ir para ningún lado.
De todos modos, recapacitando, me di cuenta que estaba equivocado en mi forma de pensar. No todos los libros que escriben los autores tienen el mismo tenor y suele pasar que a veces escriben libros que ni a ellos mismos terminan gustándoles (siempre me acuerdo de que Cortázar consideraba flojos a varios de sus libros); y otro motivo que me hizo reconsiderar leer a Salinger fue el hecho de que como lector no debo erigirme en juez de ningún libro o autor. Puedo decir que tal libro me gustó o no, pero esto siempre debe suceder después de haber hecho al menos el intento de leerlo.
Inmediatamente se me vino a la cabeza ese inoxidable axioma “Nunca juzgues un libro por su tapa”. De alguna manera extendí esa advertencia también al autor para no emitir prejuicios ni creer que toda su obra es igual.
Es que luego de haber leído un libro como el Ulises de James Joyce, con la complejidad que ese tipo de lecturas genera me dije: “Si pude atravesar ese enjambre de palabras que encierra el Ulises, ¿Cómo no voy a intentar leer “El guardián entre el centeno"?
Entonces, corrí rápidamente a una librería y me compré un ejemplar que me dispuse a leer durante mis vacaciones.
Le reconozco a Salinger la genialidad con la que trata a su personaje principal, Holden Caulfield y de cómo muestra el estado de ánimo de una generación adolescente de posguerra que se extiende aún hasta hoy en la mayoría de los jóvenes. Aclaro esto porque más allá de lo que plantea acerca de cómo mira Holden a la sociedad desde su juventud, no todos los adolescentes pensaron ni piensan igual que él.
Además de todo esto, se pueden observar en su conducta ciertos actitudes misóginas, tendencias a ser muy ácido e irónico con los homosexuales, las prostitutas e incluso las mujeres en general, pero esto surge a partir de merodear bares y lugares de dudosa reputación.
Todo esto contado a partir de un lenguaje bastante vulgar por momentos, para la época y la sociedad de 1951 y sobre todo porque lo cuenta un adolescente. Holden tiene dieciséis años, pero se mueve en ambientes de personas muchos mayores que él, fuma toneladas de cigarrillos y su bebida preferida es el whisky con soda, producto de deambular libremente por cualquier lado con el dato adicional de que posee mucho dinero en sus bolsillos.
Leer “El guardián entre el centeno” es como escuchar “I can’t get no Satisfaction” de los Rolling Stones pero en una versión que dura cuatro horas. Su inconformismo y su situación de constante depresión es total y lo acompaña durante todo el libro.
Hay dos cosas que a Holden le irritan terriblemente en su relación con los distintos personajes que se cruza en la novela desde que lo expulsan del colegio de Pencey hasta que llega a su casa paterna de New York: la falsedad y la hipocresía. Estas son dos características que observa y critica y que lo ponen de mal humor o lo deprimen. Por momentos hace cosas propias de los jóvenes pero también intenta pensar y repensar hacia dónde va su vida (su es que va hacia algún lado) y por qué su actitud es la de desconfiar de esas personas que considera nocivas para él.
El trato con sus compañero de escuela es bastante ríspido, sea con Ackley, Maurice, Stradlater y Spencer e incluso con sus profesores y familiares. Con las chicas (Sally Hayes, Jane Gallagher) no le va precisamente de maravillas. Las posibilidades de acercamiento sexual con ellas posee un recíproco alejamiento afectivo impuesto de antemano.
Pero no todo es negativo para Holden. Hay dos personas, una viva y una muerta que tienen una consideración especial para él. Su fallecido hermano Allie a quien admira profundamente y sobre el que siempre tiene recuerdos entrañables y afectuosos y la tierna debilidad por su pequeña hermanita de ocho años, Phoebe, que siempre está también presente en su vida y en sus pensamientos. Ella es todo para él y viceversa. Son muy unidos y esto se profundizará hacia el final del libro. Pareciera que a veces ella e da sentido a su vida, lo completa, lo tranquiliza.
Terminando esta reseña no puedo dejar de reflexionar acerca de un tema: nunca pudo entenderse cómo este libro pudo plantar ideas criminales en la mente de tres asesinos. El más famoso de ellos, Mark David Chapman, quien asesinara a Lennon el 8 diciembre de 1980 y al que la policía encontró en su habitación leyendo tranquilamente una copia de este ejemplar.
Dicen que los investigadores encontraron detrás de la tapa del libro una frase escrita por Chapman que decía “Esta es mi declaración” y para justificarse aclaró: "Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo". Insólito y macabro.
Otro caso fue el de John Hinckley Jr., quien un año más tarde del homicidio de Lennon a manos de Chapman intentó asesinar al presidente Ronald Reagan. El atacante aseguró estar completamente obsesionado con la novela de Salinger. Y un tercer asesino, Robert John Bardó, terminó con la vida de la actriz Rebecca Lucile Schaeffer fue encontrado por la policía del mismo modo que Chapman: con un ejemplar del libro en sus manos.
Finalmente y más allá de estos datos extra literarios, reivindico mi postura con respecto a Salinger y particularmente con este libro. Cuando un libro ingresa en el sitial de los "clásicos", esto no sucede porque sí. Podrá ser amado u odiado pero nunca ignorado y además debe ser leído o intentar ser leído.
Le agradezco haberme dado esa lección, Sr. Salinger.
Por favor tenga a bien aceptar mis disculpas.