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Abuso, exilio y deliberación. Con estas tres palabras se podría explicar, en términos algo generales, el desarrollo de la “Odisea” tanto en lo referente con su trama como con las amplias posibilidades interpretativas de sus símbolos.
La historia comienza con la preocupación de Telémaco, hijo de Ulises, por el abuso que los pretendientes de Penélope, su madre, acometen contra la riqueza de su hogar. Los tipejos pasan por ser los aristócratas de la región, por lo cual se arrogan el derecho de exigir a la esposa de Ulises que decida con quién contraerá nupcias pues se asume que el héroe de Ítaca ha muerto en su regreso de la guerra contra Troya. El joven se ve obligado a irse de su hogar, salir de su suelo, casi que exiliarse empujado por la angustia a la que la sociedad oprime a su madre, a la vez que consumen y agotan descaradamente su riqueza. Su decisión aspira a dar con información clara sobre el destino de su padre para así asumir lo que vendrá en su futuro en caso de que Ulises haya muerto.
En un cambio de perspectiva en la trama, aparece Ulises narrando el destierro del que fue víctima, primero, por la envidia de sus compañeros que los alejó de la isla nada más a punto de llegar; y, segundo, por la divina (desmedida y despiadada) venganza de Poseidón. De aventura en aventura, Ulises logra llegar a su tierra y, al enterarse de los perversos planes de los abusivos pretendientes que han llegado incluso a perseguir a Telémaco para matarlo, delibera, reflexiona a la luz de la sabiduría de Atenea, acerca del modo de proceder para vengar la deshonra en la que los fatuos galanes han sumido a su familia.
Así, el abuso del principio de hospitalidad por parte de los pretendientes, el obligado viaje de padre e hijo y la permanente referencia al juicio o deliberación a la que se entregaban los protagonistas, ya sea por una reflexión personal o escuchando las historias de otros, me deja inquietudes acerca de la función social del asilo. ¿Qué significa en nuestros días acoger a esos otros errabundos que vagan a costa de la estulticia de un sistema? Siento que habría de considerar a los desterrados, los expatriados, los inmigrantes, unos Ulises contemporáneos que demandan vigorizar nuestro sentido de la hospitalidad. A la larga, todos somos nietos o bisnietos de mujeres y hombres que abandonaron su tierra y se aventuraron por deseo o contra su voluntad, a hallar una vida digna.
La historia comienza con la preocupación de Telémaco, hijo de Ulises, por el abuso que los pretendientes de Penélope, su madre, acometen contra la riqueza de su hogar. Los tipejos pasan por ser los aristócratas de la región, por lo cual se arrogan el derecho de exigir a la esposa de Ulises que decida con quién contraerá nupcias pues se asume que el héroe de Ítaca ha muerto en su regreso de la guerra contra Troya. El joven se ve obligado a irse de su hogar, salir de su suelo, casi que exiliarse empujado por la angustia a la que la sociedad oprime a su madre, a la vez que consumen y agotan descaradamente su riqueza. Su decisión aspira a dar con información clara sobre el destino de su padre para así asumir lo que vendrá en su futuro en caso de que Ulises haya muerto.
En un cambio de perspectiva en la trama, aparece Ulises narrando el destierro del que fue víctima, primero, por la envidia de sus compañeros que los alejó de la isla nada más a punto de llegar; y, segundo, por la divina (desmedida y despiadada) venganza de Poseidón. De aventura en aventura, Ulises logra llegar a su tierra y, al enterarse de los perversos planes de los abusivos pretendientes que han llegado incluso a perseguir a Telémaco para matarlo, delibera, reflexiona a la luz de la sabiduría de Atenea, acerca del modo de proceder para vengar la deshonra en la que los fatuos galanes han sumido a su familia.
Así, el abuso del principio de hospitalidad por parte de los pretendientes, el obligado viaje de padre e hijo y la permanente referencia al juicio o deliberación a la que se entregaban los protagonistas, ya sea por una reflexión personal o escuchando las historias de otros, me deja inquietudes acerca de la función social del asilo. ¿Qué significa en nuestros días acoger a esos otros errabundos que vagan a costa de la estulticia de un sistema? Siento que habría de considerar a los desterrados, los expatriados, los inmigrantes, unos Ulises contemporáneos que demandan vigorizar nuestro sentido de la hospitalidad. A la larga, todos somos nietos o bisnietos de mujeres y hombres que abandonaron su tierra y se aventuraron por deseo o contra su voluntad, a hallar una vida digna.