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Cuatro años a bordo del Quijote (Invitación, 2020)
Hace cuatro años empezamos a leer el Quijote en una reunión de amigues. Las reglas del club de lectura eran sencillas: nos encontrábamos cada sábado, leíamos un capítulo por semana, comentábamos lo que quisiéramos, lo que a cada cuál le surgiera desde las páginas hasta la vida. La primera parte del Quijote tiene cincuenta y dos capítulos. La segunda parte del Quijote tiene setenta y cuatro capítulos. Esa suma da ciento treinta y seis, creo, no voy a revisar con la calculadora y he aprendido a desconfiar de mi aritmética mental. Lo importante no es eso. Lo importante es que la primera sesión fue hace cuatro años, y la última fue el sábado pasado. Leímos juntes, a través de Teams, la escena final. Hubo, claro, lágrimas. Hubo silencio. Hubo lo que el Quijote significa: la amistad del encuentro, el dolor de la pérdida y el desengaño, la fuerza de la ficción para tomar cuerpo en la realidad, modificándola, acompañándola, liberándola.
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Absurdo sería procurar reseñar el Quijote cuando es la experiencia de la lectura la que me interesa en este caso. Ya lo había leído antes. Pero no así. De hecho, nunca había leído nada así. Estuvimos cuatro años a bordo del Quijote. Fuimos otres en el trayecto. Fuimos otres al descender. Lean así. Y si es posible, lean así el Quijote.
Hace cuatro años empezamos a leer el Quijote en una reunión de amigues. Las reglas del club de lectura eran sencillas: nos encontrábamos cada sábado, leíamos un capítulo por semana, comentábamos lo que quisiéramos, lo que a cada cuál le surgiera desde las páginas hasta la vida. La primera parte del Quijote tiene cincuenta y dos capítulos. La segunda parte del Quijote tiene setenta y cuatro capítulos. Esa suma da ciento treinta y seis, creo, no voy a revisar con la calculadora y he aprendido a desconfiar de mi aritmética mental. Lo importante no es eso. Lo importante es que la primera sesión fue hace cuatro años, y la última fue el sábado pasado. Leímos juntes, a través de Teams, la escena final. Hubo, claro, lágrimas. Hubo silencio. Hubo lo que el Quijote significa: la amistad del encuentro, el dolor de la pérdida y el desengaño, la fuerza de la ficción para tomar cuerpo en la realidad, modificándola, acompañándola, liberándola.
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Absurdo sería procurar reseñar el Quijote cuando es la experiencia de la lectura la que me interesa en este caso. Ya lo había leído antes. Pero no así. De hecho, nunca había leído nada así. Estuvimos cuatro años a bordo del Quijote. Fuimos otres en el trayecto. Fuimos otres al descender. Lean así. Y si es posible, lean así el Quijote.