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En los últimos tiempos cuestiono la necesidad y/o utilidad de puntuar o evaluar las lecturas. ¿Qué puntúo al fin y al cabo? ¿La experiencia de la lectura del libro? ¿Su calidad literaria? ¿El cumplimiento o no, la satisfacción o no, de una serie de expectativas sobre él? ¿Cuándo antes, en la historia humana, se han puntuado libros? ¿No será que extendemos sin control esa moderna manía de evaluar todo? En cualquier caso, hay libros, como este, ante los que una parte de mí siente especial rubor o incomodidad si sucumbo a la tentación de otorgarle estrellas. Es decir, que no le veo ningún sentido.
Resulta fascinante adentrarse en la psicología y la experiencia existencial de un hombre del siglo IV de nuestra era, compartir junto a él sus tribulaciones espirituales. Estamos ante el testimonio de alguien que se abre a Dios y vuelca su experiencia interior una vez desmenuzada y analizada. A la luz divina, Agustín expone el espíritu, se descubre, toma conciencia de sí. Nos cuenta su progresivo acercamiento a Dios, dejando atrás la vida inconsciente y mundana, movido en todo momento por el deseo de acceder a la verdad.
Resulta fascinante adentrarse en la psicología y la experiencia existencial de un hombre del siglo IV de nuestra era, compartir junto a él sus tribulaciones espirituales. Estamos ante el testimonio de alguien que se abre a Dios y vuelca su experiencia interior una vez desmenuzada y analizada. A la luz divina, Agustín expone el espíritu, se descubre, toma conciencia de sí. Nos cuenta su progresivo acercamiento a Dios, dejando atrás la vida inconsciente y mundana, movido en todo momento por el deseo de acceder a la verdad.