Los movimientos se anticiparon a la percepción capitalista de la necesidad de un cambio de paradigma en la producción, y dictaron su forma y naturaleza. Si la Guerra de Vietnam no hubiese tenido lugar, si no hubiera habido revueltas estudiantiles y obreras en los ´60, si no hubiese ocurrido el 1968 y la segunda ola de movimientos feministas, si no hubiese estado toda la serie de luchas anti-imperialistas, el capital se habría conformado con mantener su propio dispositivo de poder, ¡feliz de evitarse el problema de modificar el paradigma de la producción! Y hubiera estado feliz por múltiples razones: porque los límites naturales al crecimiento aún le servían; porque estaba amenazado por el desarrollo del trabajo inmaterial; porque sabía que la movilidad transversal e hibridización de la fuerza de trabajo mundial abrían la posibilidad de nuevas crisis y conflictos de clase, en una magnitud nunca antes experimentada. La reestructuración de la producción, desde el Fordismo hasta el pos-Fordismo, desde la modernización a la posmodernización, fue anticipada por el ascenso de una nueva subjetividad.
Ver Antonio Negri, The Politics of Subversión: A manifesto for the Twenty-first Century, trad. James Newell (Oxford: Polity Press, 1989)